Y ahí estaba yo; mirando con el
rostro como el de Cady Heron cuando vio a Regina George besando a Aaron Samuels
en la fiesta de Halloween de North Shore
High. Mis ojos envueltos en rímel árabe y delineado de Ariana Grande se
ensanchaban, mientras las manos de Yari masajeaban los hombros de Nandito (¡MI Nandito!) y resbalosamente bajaban por
esos bíceps como
de gigoló italiano versión Iztapalapa que una noche anterior me habían hecho
fantasear sobre mi cama; pero mi ingenuidad de chavita bien y muy buena
católica me decía: “no wey, cero que Yari
pretenda algo con Nandito, porque ella es así tipo un pan”, y me relajé,
volteé mi mirada hacia mi escritorio y seguí con mis labores escolares.
Pero así como cada trueno en el cielo
gris anuncia una lluvia torrencial, la gota que desató la tormenta en mi
corazoncito todo madreado, fue cuando este par de individuos salieron juntos
del salón al terminar las clases y, aunque mi instinto me hizo seguirlos, me
perdí entre tanta gente; así que, abrumada por la muchedumbre escolar, me senté
a esperar a mis amigas para salir juntas del recinto como cada tarde; sin
embargo la alarma estalló en mi cabeza cuando, de entre todas esas almas
bulliciosas, salió Nandito, me miró y me dijo “si ves a Yari, le dices que la esperamos afuera del colegio”; en
ése instante, sentí que la última alerta se encendía en mi cabeza, y al mismo
tiempo me estremeció por dentro “no, it
can’t be!”, pensaba. Me quedé toda ida, como cuando después de tres horas
recuerdas que no traes el móvil en las manos y no sabes dónde lo dejaste; al
mismo tiempo que en mi mente volvían las palabras de mi amiga Elín diciéndome “Yari es una resbalosa, le coquetea tremendo
a Santi porque sabe que me gusta, ¡lo hace apropósito!”. Yari se acercó al elevador y nos vimos, pero
obvio yo no le dije nada. Después como de mil horas apareció mi amiga Paulette
y le comenté todo, así que como rayo, salimos del colegio, pero afuera ya no
había nadie. Mi man-candy había sido
usufructuado por una mosquita muerta llamada Yari.
¡Me sentía traicionada! No por Man-candy, pues vaya que los hombres y
su instinto neardenthal los hace NO
darse cuenta cuando una chica suspira por ellos; ¡la traición venía de Yari!,
porque desde que la conocimos en el colegio, siempre se vendió como víctima de la
vida, una historia para Silvia Pinal o Cosas de la Vida, como escrita por Karla
Estrada; incluso, momentos antes de todo el drama, me había comentado que a
ella le costaba enamorarse porque “siempre la seguían chavitos con novia”; y,
obvio, yo en mi status de damita de Luz, le compré sus historias engarzadas,
hasta decidí regalarle un tratamiento completo para su cabello infestado de
puntas abiertas porque #EllaNoEsChavitaBien,
y no soporto ver almas en desgracia.
¡Patrañas!
Elín
no se equivocaba cuando me decía que “Yari le coqueteaba a Santi” y yo lo
comprobé ésa noche.
Como pude llegué a casa, con la cabeza
más revuelta que una pila de ropa en liquidación en un outlet de cambio de temporada, terrible; Y, como María de todos los
Ángeles, corrí a mi cama para abrazar a mi almohada y llorar como cuando ella
lloró al descubrir el tremendo beso que le puso la Gloria al Albertano en la
parada de la combi del bordo de Ixtahuaca. Pero después de llorar, me levanté
de mi cama, lavé mi carita con agüita tibia y, mientras me ponía unos drops de ácido hialurónico, me vi a los
ojos a través del espejo y me dije a mí misma “¡suficiente, Colucci!, ninguna panchita trespesina hija de vecino te
va a bajar al man-candy con el que coqueteas desde el día 1 en ése colegio”,
y entonces sonreí al espejo como cuando Paola Bracho enfrentaba a Doña Piedad,
Viuda de Bracho, segura de mí misma; y cambié la canción que sonaba de Katy
Perry “The One That Got Away” por “7 Rings” de Ariana Grande.
Al siguiente día me levanté con una sonrisa en los labios, me puse más guapa que de costumbre, un smokey-eye en negro, difuminando rojos y dorados enmarcaban mis ojos, me arreglé el cabello suelto recién nutrido con el tratamiento Hair Tech by Martha Debayle que me tiene tras-tor-na-da; entonces abrí mi closet y, entre tanta ropa, elegí aquel vestido importado que compré en Neiman Marcus y que sólo lo usé una vez nada más para probármelo, como si fuera una arma secreta que había tenido guardada por mucho tiempo esperando la ocasión ideal para destruir al enemigo de manera fulminante; sin duda,
…I was dressed to kill!
En la calle, los chicos caían rendidos
ante mis piernas largas, acentuadas con esos botines de gamuza coquetos e
infalibles que son un must en mi stan de tacones; ¿el labial? Obvio Rouge-Allure de Chanel, como estrella de cine de oro hollywoodense, ¡infalible!.
Llegué al colegio, arrancando miradas de ellas y ellos como si yo fuera Salma
Hayek volviendo al pueblo, hundida en un mar de elogios que me abrían paso
entre el público como si fueran olas de mar coordinadas con el movimiento de
mis caderas y el vaivén de mi cabello. Me senté, encendí mi computadora con la naturalidad
innata y seductora de Giselle Bündchen en pasarela de Victoria’s Secret…
…y entonces entro él.
Y el arma más secreta del vestido
entró en acción: Al sentir la mirada de Man-candy sobre mí, discretamente me quité
el blazer para descubrir mis hombros
con la sensualidad de Marilyn Monroe frente a Kennedy, y la magia comenzó; Nandito-bebé se acercó a mí como
hipnotizado por la piel dorada de mis hombros, me dio un beso en la mejilla y
me dijo:
-Hoy
te ves muy bonita-, tartamudeando;
Yo respondí, -¿Por qué lo dices, es que nunca vengo bonita?-
Pero en seguida respondió, -siempre vienes bonita, pero hoy te ves más,
I love that dress on you!-
Y yo, sacando más los hombros mientras
hacía a un lado mi cabello para descubrir el cleavage de mi cuello, le respondí -¿te parece?, ¡muchas gracias, baby!- y le sonreí mientras mi
mirada dominante lo veía caer ante mí, surrendered.
Pero tenía una misión más por cumplir,
entonces estiré mis piernas y caminé hacia el rincón de Yari para entregarle el
tratamiento capilar que le prometí. Paulette no podía creer tal gesto de
humildad y benevolencia ante aquella mujer que, en su cabecita, había
pretendido coquetear a Man-candy, a lo que yo respondí:
“Hay
personas que naturalmente les encanta recoger aquello que los demás ya no
necesitan, porque creen que así, ellas pueden ser alguien mejor que no son. Si
ella quiere ser como yo, que espere su turno; antes NO. For every Queen-Bee, there’s, at least, one wanna-be”.
Jamás he visto a nadie como objeto,
Man-Candy vino a inyectar un poco de felicidad a través de ese juego
adolescente de miradas y atracción innegable, pero si algo me ha enseñado la
vida es a ser fuerte y a no permitir que otras personas pretendan pisotear algo
que naturalmente va floreciendo nada más porque no se sienten capaces de lograr
experiencias por mérito propio, y lo peor, navegar por la vida con la bandera
de víctima cuando en realidad pueden ser lobos disfrazados de ovejas.
En realidad no sé si tenga una
oportunidad con Man-Candy, pero la química entre nosotros es de dos, no de
alguien más.
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