Un martes, como cualquier otro, en la fila de las tortillas...



- Híjole señora, no me lo vaya a tomar a mal pero las cosas que le quiera decir a mi hermana, a mí no me incumben- le decía la Nayelis a Doña Mary mientras despachaba tortillas. Doña Mary nada más torció la boca con una risa fingida terminada en trompa arrugando sus labios y con el mostacho lleno de sudor, después de venir caminando desde dos colonias atrás para ir a cobrar lo de la tanda.

- Sí, ya lo sé, pero desde hace más de seis meses que tu hermana no me da la cara y yo tuve que poner de mi bolsa para pagar lo de su encargo- Respondió Doña Mary con diplomacia, mientras revisaba en su libretita Scribe de doble raya esa cuenta que ya parecía añeja, pues la hoja estaba arrugada y manchada con salsa roja de chiles secos.

- Pues sí señora, pero pues ella ya desde que se alivió, ya no trabaja aquí, vive con su esposo allá por Neza...- pero en ése momento, doña Mary, presionando con toda la autoridad que le delegaba ésa libretita que parecía guardar los secretos económicos más oscuros de una decena de personas, la interrumpió, muy segura de sí misma -Y yo ya te pedí de favor que me des su dirección porque, sino, entonces voy a seguir viniendo hasta que me dé la cara-

Pero la Nayelis, del otro lado del mostrador, puso siete pesos de tortillas sobre la báscula para una rubia despampante que esperaba su turno mientras escogía una salsa para hacer bistec de res en chile frito; la tortillera tomó un respiro, puso su mirada amenazante sobre doña Mary y le respondió sin tituvear siquiera tantito -Ya le dije que yo no sé su dirección, pero por eso la vez pasada le pasé su número de celular para que le llame; así que por favor déme permiso que la cola está bien larga y yo tengo que trabajar-;

-Sí, ahorita mismo le voy a marcar, a ver si ahora sí tiene la educación de contestarme, porque nunca me toma la llamada ni me contesta el wasap- Contestó doña Mary, levantando la voz como esperando que aquella fila de señoras chismosas se enteraran de la clase de persona que era la hermana de la Nayelis; entonces levantó su libreta del mostrador y siguió su camino, amenazando con regresar el martes siguiente si no le pagaban los 760 pesos que le debían.

...

Mientras tanto, en algún lugar de Neza, la América tendía en el radiante sol una colcha Vianney chulísima, acabada de lavar, de rombos rosados y lavanda que había sacado de una venta por catálogo por medio de una tanda con una señora llamada Mary, que vivía en alguna vecindad de la Romero Rubio.

De lo que una se viene a enterar en la fila de las tortillas.

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