¡Suficiente!




¡Su-fi-cien-te!

Exclamaba en mi mente mientras en la basura arrojaba esos regalos que había comprado tan especialmente para Jorge en su visita a México. Al final de cuentas prefirió irse de Riviera Maya a Cuba y cancelar su visita a Ciudad de México, sí, cancelarme; sin importarle dejarme plantada con mis reservaciones, mis regalos y mi ganas de verlo para recordar esas anécdotas que vivimos en Seúl. Esos regalos estaban ahí, al nivel de mis nuevos e impecables stilettos negros, a ras del suelo.

Benditos stilettos…

El fin de semana pasado caminaba por Masaryk y ví unas alpargatas blancas con negro y broches dorados que parecían como para una diosa griega, fue amor a primera vista y pensé "hasta la misma Afrodita me las envidiaría". Entré a la zapatería con el simple objetivo de comprarlas, eran perfectas; así que pedí de mi número pero oops! No tenían… el número mayor era 7 y yo uso 8 (ya sé, #patona). Sin importarme las leyes de la física y la lógica, yo pedí que me llevaran el 7, con esa mirada altanera y retadora que le aprendí a Soraya Montenegro, parecía que le tronaba los dedos con los ojos a la empleada, mientras yo levantaba la ceja acentuando aún más mi dramática voluntad.

-Aquí están los talla 7, señorita-, abrí la caja con tanta ansiedad como si fuera la de Pandora, mientras mis ojos brillaban como los de Marilolis a los hot-cakes. "claro que me van a quedar, si siempre he sido talla 7, el 8 es mi número sólo en zapato cerrado, pero estas alpargatas son abiertas, OBVIO me van a quedar", esa era mi lógica; así que me senté en aquel banco frente a un espejo enorme, segura de mí misma; tomé el zapato y me lo puse pero mi empeine ancho no entraba ni bajando a todos los Santos del Cielo. No me daba por vencida, intenté e intenté, mientras mi cabecita rubia me decía "al igual y con el uso aflojan", pero mi misma cabeza me respondía "¿Me quieres ver la cara de estúpida?, ¡Obvio no!, Es tela, la única forma en que van a aflojar es cuando tu empeine ancho como zacahuil los reviente". Con mi soberbia en el suelo, tuve que regresar los zapatos antes de que los destrozara, poniendo de pretexto que no me gustaba como se veían puestos, mientras guardaba en la cartera mi orgullo junto con mi American Express. No compré nada.

Salí de la tienda colocándome mis gafas de sol y tratando pasar desapercibida. En mi mente parecía que veía a la vendedora carcajeándose de mí con sus amigas en la hora de su comida, con keka de bistec en mano izquierda y coquita light en mano derecha; pero aprendí a la mala lo que dice aquel dicho de antaño: "a la fuerza, ni los zapatos entran", literal.

Cuando conocí a Jorge en Seúl, hicimos click a la primera; y yo, la reina de la fiesta, me lo llevé a vivir las noches de Seúl al estilo de chavita bien, atascada; de esas de salir de los antros de Itaewon a las 8 de la mañana del siguiente día, de comer juntos y yo pagar con el empoderamiento que me dio mi beca Santander, pues a él le depositaron su beca tarde. Yo no tuve ningún reparo en invitarlo en mis salidas, porque a pesar de que Alvarito diga que no soy empática hacia la desgracia ajena, la realidad es que es todo lo contrario, soy capaz de ayudar a terceros aunque no los conozca, así me educaron mis padres.

Cuando él me dijo que vendría a México, yo di saltos de emoción deseando que aquel día llegara. Hice reservaciones en distintos lugares para pasarla bombi, compré boletos del Turibús para él, Jordi y yo, planeé el tour por la ciudad y una semana antes le preparé una giftbox decorada por mí, con artesanías diversas con todo el cariño del mundo para él; pero prefirió irse a Cuba que pisar la Tenochtitlán contemporánea, a pesar de que había alguien esperándolo como la Malinche a Cortés, dispuesta a entregarle las joyas del Imperio Azteca a manos llenas.

En cosas del corazón, la cosa no es muy diferente. Terminé bloqueando a Alejandro después de batallar por casi dos años en hacerle ver que en mí tenía una amiga incondicional; pues aunque siempre me dejó en claro que no iba a dejar a su novia por mí, al final entendí que su amistad me era valiosa; pero cuando comenzó a ignorar mis mensajes por días, me dejó más que en claro lo que yo significaba para él: Nada; y entonces yo también comencé a olvidarme de siquiera abrir sus mensajes, de él.



Suficiente. Podrían pensar que soy una maldita perra rencorosa, pero creo que es más profundo y positivo que eso. No es rencor, es amor propio. Porque así como ellos pueden decidir quién los merece y quiénes no; yo también. Y ahora sé que esas alpargatas simplemente no eran para mí, y que los zapatos destinados para mí no estaban dentro de una zapatería muy mona en Polanco, sino en la app de retail europea de siempre; a mi medida, con envío gratis y a meses sin intereses: mis preciosos stilettos negros.

Bastó con subirme a 10 centímetros de tacón que me acercaron al cielo y me empoderaron de amor propio, para andar con la paz que te da entender que la vida es compleja y al mismo tiempo tan sencilla que sólo es cuestión de aceptar y respetar las decisiones ajenas; de no mendiguear afecto en terceros cuando el afecto debe comenzar por mí y no por ellos, pues como dice Madonna en Nothing Really Matters: "everything I give you, all comes back to me".

Hoy dejo en el cesto de basura algo más que un montón de regalos; dejo aquello que nunca necesité, y abro un gran espacio en el closet de mi vida para acomodar cien pares de zapatos de amor propio, que es lo que necesito más. Esos regalos quedaron al ras del suelo donde siempre debieron estar, y yo montada en un par de tacones que me evitan de tocar el suelo y me plantan en un pedestal al mero estilo de una diosa griega, que al final de cuentas, con alpargatas o sin alpargatas, siempre he logrado ser.


CONVERSATION

2 Opiniones:

Anónimo dijo...

I appreciate what u did. U know who I am...

Mia Karenina Azcárraga Prada dijo...

I have no idea who you are, but thanks anyway.

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