“A veces deseamos algo tanto que, cuando lo tenemos seguro, entonces nos da miedo, pues el salir de la zona de confort y enfrentar realidades desconocidas siempre da miedo. Atrévete a arriesgarte y sal de esa zona de confort; nunca podrás tener lo que hay del otro lado del puente, si no te atreves a cruzar”.
Con los ojos cerrados, recordaba
aquellas palabras de Marianita, mi psicóloga, la última vez que hablamos,
mientras mi cuerpo daba vueltas entre mis sábanas, con ése nerviosismo de
chavita adolescente que te da cuando vas a conocer a alguien.
Quería cancelar esa salida con
Michel al último minuto, me sentía insegura; y pensaba y repensaba tratando de
encontrar el mínimo pretexto para justificar mi conciencia y no sentirme tan
cobarde. Veía el celular y leía sus mensajes, con esa misma ansiedad con la que
consulto a mi tarotista tratando de encontrar respuestas en ésa vieja y
arrugada baraja española, deseaba que en ése momento alguien me dijera “sí,
él es el indicado” o “no, mira, vuelve a leer este mensaje, ahí está bien claro
que sólo quiere jugar contigo”, pero no fue así, ahí estaba yo sola con la
misma inseguridad que sientes cuando entras al nuevo salón de moda a hacerte un
corte de pelo, con ése temor que da poner tu cabellito en manos de desconocidos
sin saber a lo que te enfrentarás. Lo que sí estaba segura es que quería verlo,
quería conocerlo; siempre fue un caballero conmigo, respetuoso, amable,
tolerante a mi mal genio y siempre sonriente. A las 2 de la mañana le tomé el
consejo a Mariana, entonces apagué mi lámpara de osito y me dispuse a dormir.
A las 7 de la mañana sonó mi
alarma, me levanté y mientras me pesaba en la báscula, Google me daba los
pormenores de la mañana… el clima, tráfico, weather
forecast y demás; “será una mañana soleada pero con lluvias dispersas por
la tarde. ¡Que tengas un buen día!” Salí
de la ducha, abrí mi closet y me enfrenté al dilema de toda damita
contemporánea –¿qué me pongo?, ¡No tengo
nada de ropa!-
pensaba, mientras en automático descartaba todo lo habido en mi closet, hacía
rato que no tenía una cita con un chico y ya estoy perdiendo técnica, ya se me
olvidó cómo es eso. Decidí irme sencilla, era domingo y caminaríamos por Zona
Rosa mientras platicamos, así que jeans, y blusa coqueta con hombros
descubiertos fueron lo que decidí. La coquetería es una de mis virtudes.
-¿te molesta si voy en tenis?- le
pregunté por WhatsApp, pues el peregrinar entre calle y calle con tacones de 15
centímetros no es algo muy cómodo, pero luego revindiqué; sabía que él valora
bien la feminidad y un buen par de tacones es algo que un hombre jamás se
resistirá, así que no me importó, pensé que si pude aguantar seis horas de pie
la última vez que fui a hacer una donación a Casa de la Amistad, esto sería piece of cake, era un detalle que quise
tener con aquel que me robaba sonrisas desde semanas atrás.
Llegamos al mismo tiempo, sabía que
sería puntual, no podía esperar menos de él. Salimos del metro y caminamos por Amberes, platicábamos de cualquier
cosa pero mi mente estaba atorada, de esas pocas veces que alguien te
impresiona y te quedas sin habla, pocas veces me ha pasado eso, últimamente
pocas cosas me impresionan. Sin querer y de sorpresa, me encontré a mi amigo
Nicky que no veía desde que me mudé de Querétaro, después de la emoción y las
fotos, Nicky se acercó discretamente a preguntarme si era mi pareja o sólo amigos; yo
hice una pequeña pausa de unos microsegundos, mientras mi mente me traicionaba
diciendo “¿te imaginas?, Nicky con su novio y tú con el tuyo, una salida los
cuatro, como parejas jóvenes, adultas y modernas…”, pero reí en silencio y me
limité a responderle que era un “amigo”, nada más, aunque en realidad
tenía la esperanza de que se convirtiera en algo más. ¡Ja! Demasiados
melodramas de niñas bien.
Entramos a Starbucks para
charlar. Un frappé yogurt venti de piña-coco para el caballero y otro de
berries para la señorita; y antes de que él abriera su cartera, dije -¡yo pago!- mientras entregaba mi American Express al barista. Siempre he sido así, nunca me ha gustado que
un hombre caiga con el peso total de los gastos, y no es feminismo, es
independencia, es sentido común. Él dijo “eso me gusta” y sonrió. La plática se
alargó tanto que hasta la lluvia nos alcanzó, me di cuenta que tenemos
muchas similitudes en ideas y las diferencias son llevaderas y hasta
complementarias, al menos para mí; me gustó cómo piensa, cómo habla, lo admiré
y me conquistó.
Salí de la cafetería con una
sonrisa y del brazo de él; y como en episodio de anime japonés, el sol salió
entre las nubes y convirtió en espejos los charcos del asfalto. Fuimos a comer
y ya hablábamos con más confianza, pero mi nerviosismo seguía igual. Como lo
dije anteriormente, ya se me olvidó cómo es que un hombre te pretenda, que te
demuestre su interés; entonces ahí estaba yo frente a él en ése gabinete de aquel
restaurante, haciéndome pequeña ante su personalidad fresca y amena, cuando soy
yo la que siempre los ha intimidado, ahora yo era la presa conquistada, domada…
y eso me gustó.
De su brazo nuevamente, fuimos al
cine, donde me tomó de la mano, me recargué en su hombro y vimos una peli. En ese
momento yo ya sentía estar en ése lado de la vida que había deseado desde hacía
tiempo, conocer a un chico que me gustara pero que también me correspondiera, y
así lo sentía, correspondida. Después del cine, me acompañó hasta mi casa y ahí
terminó ese domingo que quedó inmortalizado en mis recuerdos y en este blog.
DEL AMOR AL PREJUICIO
Hay cosas que no se pueden
ocultar y aunque el corazón de una mujer es un mar profundo de secretos, hay
algunos que se comparten con aquellas personas que se vuelven especiales, aunque
ellos sean la delgada línea entre el amor y el desamor causado por el
prejuicio.
Así nos pasó, así me pasó. Y entonces él decidió que era mejor ser amigos, cuando yo ya había despegado los pies del
suelo prendida de sus brazos. No se puede obligar a que alguien te quiera
como tú le quieres, entonces decidí darme la vuelta e irme, porque amigos nunca
fuimos ni lo íbamos a hacer; el interés era otro, el de enamorarse, pero como
los prejuicios pesaron más que el la razón y el sentimiento, Michel se
convirtió en el extraño que jamás volvió a escribir.
Me retiré así como llegué, en
silencio, en mi plan, sin hacer ruido y por la puertita de atrás para jamás
volver; y aunque me arriesgué como Mariana
me lo había dicho, al final perdí como siempre, como las peores. Él anda en
mucho color por la vida conquistando mundos con sólo sonreír y yo aquí viviendo
una revolución entre la razón y el corazón que parece no acabar. Darse cuenta que
los prejuicios sociales te afectan de una manera que, algo tan sencillo como querer
y ser querido, se convierten en el grillete que te hace no tener derecho a
saber que alguien puede quererte, nada más porque eres tú. El amor es para
todos... Sí, para todos aquellos que encajan en esa etiqueta de ser normales, los
demás sólo los vemos desde lejos.
En fin, me arriesgué, perdí y aquí
estoy en esta tarde lluviosa de verano, agitando mi té de limón con una cucharita de
plata que golpea la porcelana, escuchando ese golpeteo que corre al ritmo de
las manecillas del reloj que me advierten que el tiempo pasa y no perdona, que
el tiempo se va para no regresar jamás. Cada día resulta más difícil respirar.
Deseo que seas muy feliz.
0 Opiniones:
Publicar un comentario