Emmanuel me decía que no me podía
ofrecer más que su amistad, y lo acepté. Fue como aquella vez que apliqué para trainer en la compañía donde trabajo,
donde me llenaron de flores para al final decirme que no había sido
seleccionada.
Yo ya había decidido cortar de
tajo con él, de hecho lo bloqueé e hice mi drama porque siempre me ha dado a
entender que no tiene un interés por mí, y pues, al buen entendedor, pocas
palabras. Lo bloqueé porque sabía que no había futuro. Días después me llamó
pero no contesté, luego me mandó mensaje y lo respondí porque creí que al final él merecía una explicación. Me descocí como hilo de media, aunque con
generalidades, la verdad es que toda la red celular no alcanzaría para explicar
esos nudos que una mujer siente por un deseo de amor no correspondido.
En fin, él fue directo. “hay que vernos”, y aunque dudé en
decirle que sí porque esta historia ya la he vivido una y mil veces, pues me sé el desenlace; accedí gracias a ese sentimiento fallido en mí llamado
esperanza, creer que tal vez las cosas, esta vez, iban a ser diferentes.
Hicimos un plan singular, de
pizza y vinito tinto en un hotel a solas. Ya sé, mis pensamientos más cerrados
y cuadrados me decían “sólo las
prostitutas…”, pero me gustó el plan, en mi casa y con la roomie entre medio no íbamos a poder
hablar en privado todo aquello que sentíamos en el pecho. Me compré un
vestidito bonito de hombros descubiertos que me ayudó a acentuar mi sensualidad
femenina, taconcitos sexies, perfume de brillitos en el cuerpo. Iba lista con
el nerviosismo notado en el esmalte de mis uñas que me iba botando
inconscientemente.
Me bajé del Uber (otra vez, como
las putas), entre al hotel y cuando estaba en el front desk, él llegó, casi al mismo tiempo que yo; nos entregaron
la habitación y comenzamos a charlar. Lo básico, primero hablamos de nosotros y
nuestras generalidades, lo que nos gusta, anécdotas y demás. Después de comer y
con unas copitas de vino, comenzamos a hablar de nosotros. Me la soltó directo,
pero con esa misma vieja técnica que se asemeja a la cortesía de tapar de
flores la tumba de un muerto; llenarme de flores con descripciones de mi
personalidad, de todo aquello que me hace la mujer casi perfecta, para luego tapar
con ellas el cadáver de mis sentimientos, al decirme “pero no” por -incompatibilidad
de destinos-. Sus planes no van con los míos, él se va a Las Vegas y yo me quedo
con mi residencia en la Nueva República Bolivariana de Venezuela del Norte,
alias México. Siempre he pensado de que cuando se quiere, se puede; pero este
no es el caso, yo sí quería, pero él no; y como lo mencioné en mi post pasado:
a la fuerza, ni los zapatos. Le dejé el alma en libertad. Kambalaya.
Después de tomarnos la última
copa de vino, él pidió mi permiso para abrazarme por la espalda; como caballero
lo hizo, pero sus besos en la nuca me hicieron bajar la guardia, es mi punto
más sensible y me desarmó. Recordé aquella vez que “la China” que vendía la caricia en
el Panorama de Querétaro, me compartió de su peculiar filosofía: “a mis clientes yo les beso todo, menos la
boca porque me enamoro, y eso mi trabajo no me lo permite”, me decía eso
para después fumar de su cigarro y luego acomodarse su explante de silicón del
pecho, toda una profesional del sexoservicio. Yo no debo enamorarme de alguien que
no puede corresponderme de la misma forma, pero a ese punto del partido, yo ya
había jugado todas mis cartas y no gané, ya no tenía nada que perder; así que
me dejé llevar por el momento. Su ascendencia escorpio me dejó con las piernas sin fuerza, él es un gran amante en el sexo.
De repente, tuvo que irse. El plan
era pasar toda la noche juntos pero no, le salió algo de imprevisto y se fue; nos
fuimos porque, ¿para qué iba a quedarme yo en una habitación de hotel, sola, después
de haber tenido sexo? –para nada. Salimos juntos pero en lo que yo entregué la
llave en recepción, él prácticamente ya estaba subiéndose al Uber, apenas y
dijo adiós.
Ahí me quedé yo, sola en la banqueta,
afuera de un hotel fumando un cigarro mientras esperaba subirme a otro auto;
sí, como las putas profesionales…
…aunque en mi caso, era
mi Uber de regreso a casa.
ê
Siempre he pensado que yo no
tendría el valor para vender mi cuerpo, siento que hay que tener la mente fría
y el corazón de hierro para hacerlo, aunque la noche de ayer, creo haber
sentido al menos un poquito de lo que ellas sienten, y gratis. En mi caso, por
jugarle al amor, terminé sintiéndome así, usada y olvidada en la banqueta de
una calle en el centro de la ciudad, una noche de sábado, con gotas de lluvia
golpeándote en la cara. ¡Qué necedad la mía!; parafraseando a la Rosa Aurora, nunca lo había hecho, ni lo volveré
a hacer.
Y que quede claro que no culpo a
nadie, ni me estoy quejando; es una lección más aprendida que la vida me tenía
guardada. En lugar de jugar a la princesa que conquistaba a su príncipe azul
con su sensualidad nata y sencillez carismática (*léase con tono de voz de María del todos los Ángeles*), terminé
siendo la Barbie prostituta que recibe a clientes en un hotel de 3 estrellas en
el Centro Histórico de la Ciudad de México. Todo por buscar un poquito de amor.
Sí lo disfruté, disfruté de su
compañía, de la charla amena, del buen sexo, pero hasta ahí; ahora a dejar que
el tiempo corra, él se vaya y yo en espera banquetera por alguien que parece que
nunca llegará.
Después de eso no me pregunten
más porque aún sigo confundida, aún no asimilo si perdí o gane. Perdí porque
mis expectativas cursis y románticas se acabaron tajantemente cuando me dijo que
llevamos rumbos diferentes en nuestras vidas; gané porque al menos estuvimos
juntos por 5 horas y nada más, el buen sexo incluido ahí, casi como cortesía. Lo que me queda claro es que él no
será; y la moraleja de esta historia es: “no te vuelvas a meter en un cuarto
de hotel con alguien que…
…Te quiere, sí; pero no.”
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