Dios Es Hombre…




…y es solidario con su gremio”

Dijo Marcela Valencia una tarde de tertulia en un restaurante francés, platicando de hombres y romances fallidos entre música de violín y unas copas de vino tinto.

Alejandro llamó ayer. Yo estaba literal en el quinto sueño y contesté por inercia, no vi el caller ID, ni la voz le reconocí hasta el siguiente día que vi sus llamadas registradas en el celular. La curiosidad mató mi orgullo y como gato al abismo le mandé mensaje preguntando qué quería, él respondió preguntándome por qué lo había bloqueado, le respondí con su frase de siempre…

¿Es neta?

Mi corazón estaba en esa bipolaridad de no saber si reír porque es de verdad un caso perdido, o de llorar por esa impotencia de que una y otra vez le dije cómo me hacía sentir y siempre fue en vano.

Alejandro llegó a mi vida cuando yo apenas comenzaba a formar mi “yo-mujer”, yo llegué en Marzo del 2017 a Ciudad de México y a él lo conocí unas semanas después. Llegó y me deslumbró, a pesar de su atractivo, su personalidad fue lo que hizo que mis ojos brillaran, porque es de esas personas que simplemente entran hasta lo más profundo de ti con sólo hablar; es coqueto y encantador. Sólo hay un pequeño detalle: que tiene novia con la que pronto se va a casar, una ex novia que no puede superar y una autoestima de Mauricio Garcés del estilo de “con todas puedo”. Donde pone el ojo pone la bala; y yo, pendejamente caí.

Ya sé, siempre supe que la culpa es mía, porque al final de cuentas él fue sincero conmigo y sólo buscaba, como Albertano Santa Cruz, una “bonita amistad”; yo, como Ariel con Úrsula, acepté el contrato sin pensarlo ni una sola vez, al fin siempre he estado sola y no tenía nada que perder, ¡pobre alma en desgracia!.

Como una Acuario nata, siempre tiendo a evolucionar, y en aquellos entonces apenas tenía tres blusas baratitas, dos pares de jeans, unos tenis viejos como los de la Trevi y todavía me temblaba el pulso para delinear mis ojos con pincel de los delgaditos; en mi maleta recién desempacada tenía dos pares de tacones y muchas ilusiones, entre ellas de enamorarme; pero me enamoré de quien no debía, de él.

Yo trabajaba por la Torre Latino,
cuando fue por mí.
Como siempre es típico en mí, el amor lo vivo en silencio porque estúpidamente me gustan aquellos que no me pueden corresponder, al mero estilo de Sor Juana y Lizardo. No sé en qué momento comenzamos a decirnos “amor” pero ese era el apodo entre él y yo, aparte de “Flaquita” y “Osito”. Íbamos in crescendo, y esa inestabilidad emocional que me daba el apenas ir construyendo esa seguridad femenina, me hizo ilusionarme con esos detalles que nadie tuvo por mí, como pasar por mí al trabajo, y quedarme con lo bonito del detalle y de la galantería de caballero ante una persona que apenas está tomando su lugar en la sociedad como mujercita; encandilarme con todo eso para no darme cuenta de que esa galantería era siempre a escondidas; de siempre vernos en mi casa, en su coche y nada más, por temor a que alguien nos viera. Como mosquito hipnotizado por la luz de la lámpara de neón, ahí iba yo montada en su coche, feliz y sonriente, sin nada más que verlo de abajo para arriba, sin titubear nadita.

Unos días antes de que se fuera de viaje de negocios a Estados Unidos, yo le pedí encarecidamente que nos viéramos antes de su partida y él dijo que iba a ver si hacía espacio en su agenda porque estaba muy ocupado. La sorpresa fue cuando me dijo emocionado que, esa misma semana que le rogué para vernos, salió con una amiga de su novia que le tiraba los perros cañón. Fue cuando entendí las cosas por primera vez, que entre todos sus ligues yo siempre estaría al final de sus opciones, pero siempre efectiva, porque yo nunca le iba a decir que no. Como decía Marcela, mis trapitos baratos, mis tenis rotos y mi maquillaje mal puesto sólo llamaría la atención de esos chavitos bien únicamente por diversión, ninguno de esos jovencitos iba a dejar su estabilidad social por tirarse a un abismo con alguien que, evidentemente le faltaba mucho camino para ser una mujer digna de presumir. No, nunca me acosté con él, tal vez eso fue lo que le cansó y lo hizo buscar a más. Como la amiguita de la novia, con la que se fue a cenar una noche a pocos días de irse a Estados Unidos, a pesar de que yo le pedí una y otra vez vernos, a pesar de un regalito que le tejí con cariño; no, se fue con ella, con quien sí pudo hacer todos los arreglos correspondientes para pasar hasta las 3 de la mañana disfrutando de tan amena compañía.

Yo, en el 2017
Me enojé, me lastimó saber lo insignificante que yo era para él, darme cuenta que al final de su lista estaba yo, la chavita trans de colonia popular, con el cabello chundo que valía para sacarla a cenar al puestito de gorditas del barrio y platicar dentro de su carro. Pero me pidió perdón y yo… yo lo perdoné una, dos… ¿tres?, no recuerdo bien; pero le perdoné las veces que quiso, porque al final de cuentas, el cariño siempre estuvo ahí.

Yo le pedí perdón por ver cosas que no eran y que nunca iban a ser. Aceptamos ser amigos; pero entonces el amor de su vida volvió y, otra vez, se olvidó de mí; no, no hablo de su futura esposa, sino de su ex novia. Fue cuando se olvidó hasta de ver mis mensajes por días o incluso semanas enteras. Ahí fue cuando lo poco que quedaba para él dentro de mí se extinguió. A esas alturas ya no había vuelta atrás. Sólo me fui, como siempre, sin hacer ruido y por la puerta de atrás. Porque cuando uno se tiene que ir, pues se va y punto, ya está. Después de enterrarlo a piedra y lodo me llama para preguntarme “¿por qué me fui?, entonces me descosí como hilo de media.

Me fui porque no tiene caso esperar migajas de… ¿amor?, ¿amistad?, no sé qué sea, pero no estoy dispuesta a esperar migajas de lo que sea que él sienta por mí. Porque mi dignidad debió de ser firme desde el principio de esa historia, debí de no permitirme jugar con fuego, de no pisotearme por un rato de compañía. Porque debí de comenzar a quererme yo misma antes que esperar que él lo hiciera, y estoy segura que si hubiera seguido ése orden, muy probablemente ni lo hubiera conocido, porque hubiera tenido mi autoestima bien cimentada que no hubiera aceptado ser la diversión de un hombre comprometido; porque para él sólo fui el juguetito de los jueves en la tarde, los mensajitos de todos los días, algo que, al final cualquier otra se los puede dar, como todas ellas que estuvieron primero que yo; y que como yo, se dignificaron, se dieron la vuelta para decirle adiós. Estoy segura que llamó porque todas las opciones antes que yo, ya no existen. Pero esta vez se acabó. Si quiere hablarme, que lo haga; al final de cuentas fue un apoyo cuando lo necesité y siempre le agradeceré, pero no más pisotear mi autoestima y mi dignidad.  

Sí, Marcela tiene razón; Dios es hombre, y es solidario con su gremio; porque pase lo que pase y haga lo que haga, a él no le falta amor, no le falta quién lo quiera, tiene lo que quiere y a quien quiere, el karma no le afecta. A él no le hago falta yo.

Pero si Dios es hombre, yo soy Mujer, con la libertad y el poder universal para decir definitivamente:

YA NO.


Kambalaya.


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