Hoy ya no estás aquí;
Como
cada mañana, y como cada día…
Pienso
en ti.
Otra vez más me voy, derrotada; te doy
la espalda y me quedo atrás, como siempre, donde siempre he pertenecido en ése
plano de dos caminos perpendiculares, tú al norte y yo al sur. Recojo del suelo
mi ofrecimiento hecho pedazos, insignificante a ti, a pesar de que te entregaba
todo de mí, insuficiente para ti. Me arrodillo al suelo con la cabeza agachada
y mi alma desgarrándose a gritos preguntando por qué, sin que mis labios se
inmuten tantito, se quedan inmóviles, porque aunque no es la primera vez que
intento mostrarte cuánto te quiero, cada rechazo que he pasado de ti lo
entiende la razón, aunque el corazón desfallezca; pues por enésima vez, he
arrancado el último pétalo de la flor de la Esperanza que terminó en un “No”.
Siempre supe que eras tú desde que te
vi por primera vez afuera de mi casa, esperándome en tu coche, con esa pinta de
galán de telenovela en horario estelar, con esos ojitos de sol que veo todos
los días mientras cierro los ojos al despertar; y tu voz que aún deambula en mi
mente y que sosegaba mi ansiedad y traía sólo Paz a mi alma, como jinete a la
yegua desbocada. Sentía que te conocía de vidas pasadas por esa conexión que se
dio como magia y que quise meterte en la cabeza y en el corazón obsesivamente,
cuando tú sólo querías lo más genérico que se requiere de mí: mi amistad; y yo
construyendo castillos en el cielo; silly
me. Perdona mi locura, perdona mi obsesión, perdona mi insistencia pero
nunca había conocido a alguien tan perfecto como tú; olvidé que lo mío es sólo
mirar y admirar, nada más. Perdón, de corazón.
Olvidé que, entre el ser y el estar hay un océano de diferencia; porque yo siempre estuve ahí,
con mis manos estiradas dándote lo único que pude ofrecer: un corazón tan
maltratado y lastimado que no sirve ni de pisapapeles; olvidé que el Olimpo no
es para mortales, que los diamantes no van con cristales. Olvidé que el estar es pasajero, que hoy se está y
mañana no; y que el ser es algo duradero,
más significativo, más profundo, más valioso; que el estar es transitorio, es un gusto, un
capricho, un momento, y el ser… el ser es para siempre. Y yo
siempre estuve mientras lo quisiste, pero yo nunca iba a ser; pues la que es,
es ella, no yo.
Entre la razón y el corazón estoy yo,
lamiendo mis heridas en un hueco oscuro tratando de desenredar tantos
sentimientos que quedaron después de ti, mientas miro al Cielo contemplándote
como la estrella que nunca podré alcanzar, sólo ver brillar a la distancia;
sólo eso y nada más. Entre la razón y el corazón se libra una batalla infinita
en un abismo oscuro que me toca atravesar sola, entre lágrimas, ansiedad,
nostalgia, depresión, recuerdos, dolor, cansancio, hartazgo, apego, desilusión,
pero que yo ya conozco.
Entre la razón y el corazón estás tú y
tus recuerdos, formaditos uno por uno como pasando lista para no olvidarlos
jamás; están las ganas de pedirte que no te vayas, de decirte tanto pero al
mismo tiempo no decir nada porque ya todo está dicho. Entre la razón y el
corazón están tú y tus labios rojitos representando la utopía de algún momento
besarlos sin que estuvieran prohibidos, con la misma ilusión que siente la niña
de los brackets por el chico más popular del colegio. Entre la razón y el
corazón vuelves a aparecer tú y tu piel como el enigma que nunca pude descifrar
de sentirte cerca más allá de los convencionalismos meramente sociales, de
romper esa barrera física y fundirla con la mía en una entrega de amor; y así,
vuelves a aparecer tú y tus brazos que tantas veces deseé que fueran
el refugio de mi vulnerabilidad, de despertar entre ellos todas las mañanas; estás
tú y el misterio de saber cómo se sentiría ser el motivo, la razón, la acción y
la consecuencia de tu amor. Entre la razón y el corazón siempre has estado tú,
como el balance imperfectamente perfecto para mí, es que eres más de lo que
siempre soñé.
Pero entre la razón y el corazón
siempre debe haber cordura, la que no me hace perder mi centro y me aleja de
ti, porque te quiero tanto y debo aceptar tu decisión, tu elección; y entonces
recoger lo que no quisiste de mí, dar el último trago a esta copa de vino e irme
lejos para no opacar tu Luz, tu Divina Luz.
Te quiero siempre, Alejandro.
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