Hoy me fui de shopping porque
últimamente no tengo ya nada que ponerme, me la paso reciclando ropa y eso no
es de Dior. Después de darle mil vueltas al mall, terminé agotada y al final
nada me satisfijo; entonces decidí que merecía un break y entré a Starbucks
como ya tenía un buen que no lo hacía, y pues antes de que nos pegue bien el Socialismo
Pejista, tomé ventaja de ése placer neoliberal que significa entrar a una
cafetería de esas, ya que como lo dijo Claudia Schiffer en los noventas de la
mano de L’Oréal: “porque yo lo valgo”, creo que yo lo valgo muy bien y, como
ayer fue payday, entré con cartera en mano, permitiendo que mis stilettos contonearan
mis caderas hacia la barra; ordené, y cuando aquel jovencito barista me
preguntó cómo iba a pagar, mi cerebro se detuvo por microsegundos.
No supe cómo pagar y Daniel me
veía con ojos de “so…?” mientras hacía tapping con sus dedos en esa mesita de
madera fake como los muebles de Ikea. Mi dilema era sencillo y complicado a la
vez ya que, a pesar de que mi trastorno obsesivo-compulsivo me hace organizar
mi vida de una manera particularmente detallada, en ése preciso momento no
sabía si pagar con la American Express, mi tarjeta Bancomer o de plano con
efectivo. Soy ascendente en libra y eso me hace cósmicamente indecisa, siempre
me la pienso una y otra vez antes de mover un dedo, sobre todo si de mis finanzas
se trata; pero mi siempre puntual lado acuariano salió al quite y entonces
decidí que sería mejor pagar en efectivo, pues la Amex estaba a sólo dos o tres
swippings de estar full. So abrí mi cartera Dior y saqué un billete de
doscientos con el rostro de Sor Juana; nunca le había puesto atención a su rostro, pues casi siempre uso
plásticos en lugar de papel para pagar, pero noté que su expresión, al menos en
los billetes, es inerte, melancólica, sin una gota de expresión positiva en
ella, ¿lo has notado?
Como si fuera yo una integrante
más de los Tigres del Norte, ahí estaba yo en la mesa del rincón esperando por
favor que gritaran mi nombre y entonces levantarme a tomar mi Caramel Venti,
encajando mis uñas por la nuca entre mi cabello como cepillándolo, mientras que
con la otra mano checaba zapatos monos en esas apps de retail europeas. En la
espera, la imagen de Sor Juana me hizo recordar cuando Miss Gema Pérez daba sus
lecciones de Español de Segundo Grado en la Secundaria y lo mucho que me
emocionaba que me invitara a calificar exámenes, únicamente para cruzar palabra
de vez en cuando con Germán, su hijo que, en aquellos entonces era el galán
adolescente con el que todas soñábamos, tenía muertas entre suspiros a muchas (ahora ya
no), entre ellas a mí; quién lo observaba anónimamente jugar fútbol en el patio
del colegio…
En fin, a lo que iba es que,
después del teenage dream con Germán, recordé aquella lección de Sor Juana que
Miss Gema me hizo leer en voz alta y que es como un fiel retrato de la
complejidad del Amor impreso en unos versos.
“Feliciano me adora y le aborrezco;
Lizardo me aborrece y yo le adoro;
Por quien no me apetece ingrato, lloro,
Y al que me llora tierno, no apetezco.”
Y es que hasta Luis Fernando
De La Vega rechazó a la marginal de María la del Barrio a pesar de que del
resto de las Marías (Marimar y María Mercedes) era la más ubicada, madura,
chambeadora y cero obsesiva, celosa o posesiva. La pregunta es:
- ¿Qué es lo que los hombres
quieren?
Aunque creo que la respuesta
está precisamente en lo que NO quieren: No quieren compromisos. Y está bien,
después de vivir tantos años obligados a la monogamia bajo la regla de “Hasta que
la muerte los separe”, en esta época de la revolución pro derechos humanos,
decisiones propias y demás, cada quien puede elegir lo que desee sin broncas ni
cuestionamientos; pero ahora hace falta algo que no se nos debería olvidar: la
Honestidad para hablar con la verdad.
Aunque todas estas
libertades nos empoderan, son ellas mismas las que nos hacen más cobardes. Nos
cuesta decir lo que queremos y lo que no; en esta era digital donde tenemos el
mundo controlado desde nuestros pulgares, nos hemos acostumbrado a tener lo que
queremos cuando queremos simplemente para saciar ésa ansiedad que nos carcome,
así, al tronido de los dedos, sin importarnos el precio ni las consecuencias.
Nos importa un bledo enamorar a alguien con mentiras con tal de tener 30
minutos de sexo; aunque después el vacío vuelva y traiga consigo más ansiedad y
depresión a ése círculo vicioso sin final.
Nos hemos olvidado que el
raciocinio que nos da la mente nos hace también tener sentimientos, que no
somos de plástico y que al final del día necesitamos del quinto elemento para
dar color a nuestra monótona existencia.
Creo que Juana de Asbaje hubiera tenido una carita más
sonriente que durara para la posteridad en nuestros billetes de 200 MXN, si
Lizardo alguna vez le hubiera dicho que nada más buscaba “algo sin compromiso”
y no “lo que se dé” dejando una velita más prendida; sin ilusionar a Sor Juana
con el amor que ella deseaba. Nadie está obligado a querer a quien no quiere,
pero todo sería mucho mejor si se habla con la verdad.
De repente escuché a Dani
gritar “¡Mia!” a lo lejos, mientras yo terminaba de ordenar unos zapatos muy cuqui
para saciar mis ganas de enamorarme mi ansiedad interna; dejé por un
momento el celular para coger mi orden Venti porque #YOLO y regresé dando un
sorbete a esa enorme dotación de azúcar que mi keto coach no me perdonará. Al
retomar mi lugar, me di cuenta que mi nombre en el vaso tenía un misspelling que
nunca he perdonado, decía “Mía”, sí, Mía, con acento como el pronombre
posesivo; entonces mi menté me gritoneaba:
-
“¡¿Suya?, ¡Jamás!”…
…Yo sé lo que quiero
y lo que valgo y no me regalaré al primero que me guiñe un ojito, mi ansiedad
no me va a controlar, al menos no ésta”
- pensaba mientras ordenaba un reloj
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