Se dice que en la vida existen tres amores verdaderos.
El primero es aquel amor adolescente, aquel que vives intensamente, por el cual cometes locuras y piensas que será para toda la vida, pero que dura lo mismo que un suspiro.
El segundo es el que eliges según de una forma más madura, más consiente, con un compromiso formal con aquella persona pero que se puede volver imposible, tormentoso y dicen que es el más doloroso; el que cuesta más de superar pero también del que más se aprende.
Y dicen que el tercero es el real y verdadero, donde aplicas lo aprendido en los dos primeros y que, por ende disfrutas en su totalidad, sabes cómo funciona y lo disfrutas plenamente. Se cree que el tercero es el amor de tu vida, el amor verdadero.
Yo voy para el cuarto.
Ya sé, pero así es, tan bizarro como se lee, la teoría no aplica conmigo y creo que ninguna teoría lo haría; estoy tan llena de matices, todo es tan relativo en mí, impredecible. Me siento estúpida, no sé qué hacer ni cómo actuar, como aquel niño que desea una bicicleta como regalo de Reyes y lo pide con tanto fervor pero cuando lo tiene, no sabe ni cómo montarse a ella, y ni que decir de manejarla.
Del primer amor me queda sólo un recuerdo bittersweet, eso de vivir enamorada en secreto de tu mejor amigo no está nada cool, pero las memorias se quedan ahí, como un hermoso cuadro de arte colgado en la pared; del segundo me quedó el dolor que causó Fernando con sus infidelidades, un dolor que me hizo más fuerte y que me enseñó a creer en mi intuición antes que en cualquier promesa poética y; el tercero, bueno... El tercero no fue más que un hermoso sueño que se pierde al abrir los ojos y, al momento que iba abriendo los ojos se iba cerrando el corazón.
Decidí no enamorarme más, planeé mi vida sola, pues no se necesita de mucha ciencia para darse cuenta que en el amor nada va bien conmigo, soy tan hedonista que repulso todo aquello que me causa dolor; sin embargo, el instinto es ingobernable y ahí va la pendeja a enamorarse de nuevo, y esta vez de alguien que parecía ser un boceto a la perfección de mis deseos más utópicos y profundos y yo... no sé ni cómo actuar.
Tengo oro en mis manos y no sé qué hacer con él. Me frustra y lo único que brota en mí es mi susceptibilidad. Siempre he sido detallista pero lo hice a un lado, ¿para qué serlo no tengo a nadie con quién desfogarlo? Ahora sí, y trato de serlo, ya sabes, desde los pequeños detalles, la cancioncita y así, hasta aquel detalle cursi que una chica enamorada hace con sus propias manos y llena de ilusión para el día de San Valentín, pero nada reacciona como quisieras y entonces me lleno de preguntas, ¿estoy haciéndolo bien?, ¿así es él?, ¿así es esto?... que yo ya no sé...
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