Ella lo conquistó por sus letras,
reflejaba su intelecto, sus sueños, sus deseos al desnudar su alma en cada
renglón, cada palabra, cada texto que salía de sus manos y se hacía realidad
por medio de sus dedos al teclearse en la computadora.
Él la imaginaba bonita,
maravillosa, la idealizaba perfecta aún sin verla; le tocaba el alma con cada
intercambio de palabras enviadas por satélite y procesadas en un corazón de
papel que tenía la capacidad de convertirlas en ilusiones; en la distancia la
sentía cerca. Ella sonreía, se sonrojaba, las ilusiones echaron raíces en su corazón
que se aceleraba al saber de él. Su mente volaba…
Cuando se vieron por primera vez,
ella lo miraba arriba, al cielo, ella lamía el suelo y arañaba al viento
manoteando en la desesperación como queriendo alcanzar el cuerno de la luna que
pertenece al firmamento. Tan cerca y tan lejos, así fue aquel encuentro que se
desvaneció en el tiempo como un sueño utópico al despertar. Él se fue y ella se
quedó atrás con la mente hecha un nudo y con el corazón palpitando fuerte como
queriendo gritar “olvídalo, es el final…”
Así fue, ella no llenó aquellos
deseos que a él le exigían lo más profundo de su ser: una mujer maravilla,
bonita…
…pero no lo es.
Así fue aquella tarde de nubes y viento fresco que anunciaba
la lluvia, sin hacer nada de aquello que él había prometido decir, hacerle
sentir; porque él creyó que ella era bonita, pero no lo es.
Y aunque sus letras son perfectas, su sonrisa no.
Y aunque sus sueños son ideales, sus ojos no.
Y aunque se esmera frente al espejo, al final del día,
siempre queda igual.
No hay intelecto que supere sus expectativas, no hay letras
que le describan un futuro deseable, no hay manos que le hagan sentir seguro,
protegido. No hay culpa, no hay motivo, no hay deseos, no hay sueños por hacer
realidad, no hay nada que se pueda hacer.
Ella pudo ser todo para él pero ¿Bonita?, no, bonita no es.
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