Cuando tomas la decisión de vivir como transgénero, sabes que, aparte de que tu vida dará un giro de 180 grados y que serás feliz porque ganarás ése reconocimiento social con el que soñaste desde peque cuando te llamen por el género que te corresponde, también sabes que, por vivir en una sociedad que acepta a pasos lentos ése tipo de realidades de la vida, le vas a sufrir… y bastante.
El miércoles 15 de marzo me mudé a la Ciudad de México, aquella ciudad que Miguel Ángel Mancera se empeñó a llamar “LGBT friendly” pero que dista mucho de tal nombramiento; pues aunque es un hecho que la ciudad ha crecido en forma positiva: la delincuencia se ha reducido desde Ebrard, sus servicios se han modernizado y su infraestructura se ha remodelado, además de que las leyes, en teoría, protegen a cualquier minoría, aún existen muchas barreras para la gente LGBT y, a pesar de que el mundo se ha abierto mucho hacia la comunidad Lésbico-Gay-Bisexual, la última letra del colectivo es la más olvidada y pisoteada de todas: la comunidad T (transgénero, transexual, travesti), a la cual yo pertenezco.
Una anécdota más.
Llegué con la esperanza de un empleo en Fiesta Inn Aeropuerto, de grupo Posadas; una semana antes me llamaron porque les interesó mi currículum: licenciada titulada en turismo, especializada en relaciones públicas y con estudios en manejo de negocios internacionales realizados en la mejor universidad privada de Korea del Sur, además de dominar el inglés como si fueran chicles y con un nivel de francés intermedio… en fin, una profesionista que no cuenta con experiencia laboral pero sí con los conocimientos para ser contratada por cualquier corporativo de nivel mundial; pero la palabra “transgénero” parece ser la maldición de la bruja malvada para arruinar la vida de la princesa. Después de salir del metro, caminé unos cuantos pasos y voilà, ya estaba frente al hotel. Pasé a la caseta de vigilancia y fue donde sentí aquella misma sensación en el estómago que te dice “no hagas pendejadas”; pero ahí estaba yo, con mi pelo alaciado, vestida casual y siempre sonriente, pero las miradas comenzaron a devorarme poco a poco, las de vigilancia no podían creer que yo tenía una cita en el departamento de Recursos Humanos que hasta tuvieron que hablar para corroborar si era cierto.
En fin, me dejaron pasar; caminé por un pasillo ajardinado que me hizo meditar una idea que no se ha quitado de mi cabeza desde entonces: “qué estoy haciendo aquí”, pero perseveró más aquel mismo instinto que me hizo declararle mi amor a Marlon, el güerito de ojos verdes que estudiaba en la Facultad de Lenguas de Querétaro y me hacía suspirar: “el que no arriesga no gana”; y ahí estaba yo minutos después llenando un formulario de 3 hojas y que te piden llenar casi con letras de sangre para asegurar la veracidad de los datos; había chicos esperando ser entrevistados para distintos puestos y entre ellos yo, acariciándome el cabello una y otra vez como tratando de desfogar mis nervios mientras mi cerebro volvía a recordarme “¿qué chingados haces aquí…?”
Esperé casi una hora para ser entrevistada por Vanessa, una chica muy joven y guapa, de cabello largo y con un maquillaje muy natural y que, fue la primera que me recibió con una sonrisa. Hablamos y todo estuvo bien, estaba más que calificada para el puesto de recepcionista, pero todo cambió cuando me pidió cortarme el cabello; puede sonar una banalidad pero nadie entiende el valor del cabello hasta que se es una chica, y ella lo entendía, pues su cabello es el doble del largo que el mío, pero la realidad es que debía seguir los parámetros de grupo Posadas y, lamentablemente, si legalmente mis documentos son masculinos, ésa es la apariencia que debo de dar. Yo le expliqué que estoy por iniciar mi transición y, aunque ella se mostró abierta al tema, amable y comprensiva, al final debía de debatirlo con los jefes correspondientes, yo accedí a cortarme el cabello, pues mi prioridad es trabajar, pero ella dijo que debía hablarlo con los jefes; aun así me envió otros formularios a mi correo electrónico para llenar en casa y prometió llamarme después; pero nunca lo hizo.
Salí del lugar dando un gran suspiro para que descansara mi alma, pero al mismo tiempo deseando sólo salir de ahí. Durante el trayecto a casa mi intuición sólo podía decirme “te lo dije, ¿qué chingados hiciste ahí?”, los incomodé, me incomodaron y todo fue como tratar de mantener en el aire un castillo de piedra, imposible.
En la ciudad de las oportunidades LGBT la realidad es que existen muy pocas, pues la última palabra no la tienen las leyes que se leen muy bonitas en papel, sino aquellos corporativos que mueven el dinero, y todavía, esas pocas oportunidades se reducen a casi milagrosas cuando eres transgénero. Las personas transgénero no tenemos lugar en nuestra sociedad que se jacta de abierta, equitativa y globalizada.
Mi esperanza en Marriott.
Cinco días después recibí una llamada del Hotel Marriott Aeropuerto y mi experiencia fue totalmente distinta a la de Fiesta Inn. Cuando me presenté a la entrevista, de entrada, no me comieron con los ojos, al contrario, desde el portero hasta quienes me entrevistaron se portaron de lo más cordial y amable conmigo; además que pude darme cuenta que ellos son más incluyentes, pues pude ver a empleados con perforaciones, tatuajes, chicos con barbas de filósofo griego y mujeres con cabello largo y suelto, algo digno de admirar porque parece que valoran a las personas por sus capacidades, no por contextos moralistas obsoletos. Sergio, el chico que me entrevistó fue totalmente amigable, con mucho carisma que sentí que platicaba con un conocido y no con un reclutador de humanos sentado en su pedestal, totalmente otro nivel. Jamás mencionó nada de mi cabello y, aunque me explicó las políticas del hotel con respecto a las personas como yo, pues Starwood Hotels es una empresa galardonada varias veces por ser “incluyente”, la palabra “transgénero” también tuvo un peso decisivo en mi entrevista de trabajo…
No todo lo que brilla es oro y no todas las personas que dicen que te aceptan lo llevan a la práctica, y las personas que pertenecemos a una minoría lo sabemos muy bien. Lo que les puedo adelantar es que no, no me quedé a trabajar en Marriott.
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